El árbol de la vida

          En la tradición de la Kabballah (palabra que significa “tradición”), Dios se manifiesta en la naturaleza a través de diez “emanaciones” o “Sephirot” (palabra que puede entenderse como “esfera espiritual” y cuyo singular es “sephira”). En realidad, esas emanaciones sólo se corporizan en aquellos seres vivientes donde la espiritualidad se suma al libre albedrío.

 

Son ellos:

MALKUTH: el plano de los deseos materiales

YESOD: la capacidad de reflexionar

NITZACH: el valor

HOD.: la justicia

TIPHERET: el equilibrio –el interior y el de las acciones-

PECHOD: la inteligencia

CHESED: la bondad

BINAH: la sabiduría

CHOKMAH: la belleza –no física, sino la de la “estética de las acciones”-

KETHER: la espiritualidad.

            Pero más allá está la presencia de Dios (“atman”) sólo perceptible en la naturaleza a través del estado de comunión (común-unión) con Él en el estado búddhico: es el Ain Soph Aur. Realizar (“hacer realidad”) las diez emanaciones en la naturaleza humana es el salto cuántico al estado de iluminación. Es por esto que podemos considerar al “Árbol de la Vida” kabbalístico como un “yoga espiritual” ya que indica, a través de sus 22 senderos espirituales (los caminos que comunican a los sephirot entre sí) como una gimnasia para elevarnos en los planos de consciencia hacia una realidad trascendente.

            Incluso aquellos estudiantes principiantes que limitan su indagar en estos temas a la búsqueda de soluciones para los problemas de la vida cotidiana, encuentran en el Árbol de la Vida una respuesta, ya que el progreso –el verdadero, el expresado en el Arcano IX del Tarot, el Ermitaño, se funda en el crecimiento lento pero firme, seguro y permanente- desde el punto de vista de la Alta Magia –no otra cosa estaríamos haciendo aquí- es la recompensa al Trabajo interior, el de recorrer el camino de la autorrealización.

            Sin duda, existen practicantes que buscan en otros senderos, “recetas” o técnicas de efecto inmediato sobre lo económico o lo afectivo, pero como esas técnicas no exigen mayor esfuerzo espiritual ni intelectual que el proceso de adquirirlas, sin desmerecer su eficacia significan herramientas quizás poderosas en espíritus seguramente no preparados. Convengamos que nadie es buen juez de sí mismo, de modo que es discutible la opinión que cada uno crea tener sobre su propia evolución espiritual. De hecho, cuando alguien recurre a técnicas esotéricas para obtener con prontitud un determinado fin, difícilmente siquiera se pregunte si es espiritualmente correcto o no. Por consecuencia kármica, uno tiene que cuestionarse si los avances obtenidos en la vida por el mero hecho mecánico de aplicar esas “recetas” tendrán perdurabilidad o, en el peor de los casos, el dudoso mérito de acceder a conocimientos superiores sin tener la necesaria preparación interior no nos orilla peligrosamente en los lindes de la magia negra.

            El desarrollo aquí planteado puede abarcar cuatro ámbitos, debiendo reconocerse en todo momento el aspecto simbólico de los números: 11 niveles (10 sephirot + 1 (Ain Soph Aur) alcanzables por 22 caminos suman 33 (“el Trabajo está hecho” que es la interpretación simbólica del histórico valor dado a los llamados Números Maestros –11, 22 y 33-)

            Es obtener la Piedra Filosofal de los alquimistas, de la que hablamos con extensión en otra parte. No un elemento real en el sentido material, que convierta el plomo en oro. Los alquimistas, usando el lenguaje críptico, secreto, hablaban de una Transmutación espiritual, aunque muchos ignorantes hayan pasado décadas buscando hacerse millonarios con la Alquimia para, al no conseguirlo, proclamar que se trata de una superchería. Por ser esotérica, hay que saber interpretar su simbolismo. Veamos el relato de un químico y alquimista del Renacimiento, Van Helmont, de su propia fabricación de oro a través de la Piedra Filosofal:

“Una vez me dieron la cuarta parte de un grano de polvo envuelto en un papel. Lo proyecté sobre ocho onzas de Azoth calentado en un crisol. Y de golpe, toda la materia, con un cierto ruido, dejó de ser fluida y se solidificó, volviéndose algo así como un terrón amarillo. Este, después de ser vertido soplando sobre los fuelles, produjo ocho onzas menos once gramos de oro purísimo. Por lo tanto, un solo grano de aquel polvo había transmutado 19.156 partículas de plata viva en el mejor oro”.

            Debe aplicarse una atención sutil para detectar cuándo un escrito es esotérico y cuándo debe interpretarse literalmente. En este párrafo de Van Helmont deduje que era lo primero por ciertas “señales” crípticas que deja pasar el autor, como aquello de “cuarta parte de un grano de polvo” (un grano es ya de por sí una partícula mínima –sobre todo si es de polvo- de manera que hablar de la “cuarta parte” del mismo sería redundante) o lo de “envuelto en un papel” (¿cómo envolverían una minúscula partícula de polvo?) o lo de las 19 mil y pico partículas de plata (no lo imagino al ilustre químico contando una por una motas de polvo plateado para dar un número tan exacto). Así que para que no pierda usted años en un galponcito mezclando las más extrañas sustancias tratando de salir de pobre, este es mi método para interpretar estas Enseñanzas:

            “Una vez me dieron la cuarta parte (1/4 = 0,25 = 0+2+5 = 7) de un grano (el punto: esotéricamente, símbolo de la Unidad) envuelto en un papel (el conocimiento o la Tradición escrita). Lo proyecté (lo hice realidad) sobre ocho onzas (Teníamos el 7, que en el Arbol es la Sabiduría (o la Bondad) + 8 (Inteligencia) = 15 = 1+5 = 6 (Belleza)) de Azoth (nombre hebreo del “ázogue” o mercurio, pero Mercurio, en Astrología, es símbolo de la inteligencia práctica y creativa) calentado en un crisol (sinónimo de “atanor”, el horno alquímico = el ser humano). Y de golpe, toda la materia (el ser) , con un cierto ruido (con dificultad) dejó de ser fluida (potencial) y se solidificó (se transformó en “acto”) , volviéndose algo así como un terrón (tierra=Malkuth) amarillo (color de la inteligencia, es decir, el intelecto dando resultados prácticos, materiales) . Este, después de ser vertido soplando sobre unos fuelles (el “soplo”, “Ruasch Elohim”, es el espíritu de Dios que nos bendice cuando buscamos la Verdad), produjo ocho onzas menos once gramos ( 8-11 = -3, la “Trinidad negativa”, no en el sentido de maligna, sino de opuesto complementario –como un negativo fotográfico- es decir, de “sombra” de la Trinidad Cósmica) de oro purísimo (de resultados esperados). Por lo tanto, un solo grano de aquel polvo había transmutado 19.156 (1+9+1+5+6= 22, número maestro que habla de la enseñanza y el aprendizaje) de plata viva (inteligencia) en el mejor oro (símbolo del Sol, que expresa la realización crística = el ungimiento de la esencia divina en el microcosmos humano).”

            Esos cuatro caminos originales son:

1)     El despertar de los chakras

2)     La acción consciente a través de situaciones o personas cuya numerología sagrada coincida con el número correspondiente.

3)     El desarrollo consciente de la emanación

4)     La invocación angélica (atendiendo a los genios planetarios que rigen determinadas fechas del tránsito zodiacal)